El trauma es un hecho intolerable pero también lo es la
falta de empatía o coordinación de los padres frente a las reacciones y
necesidades del niño sobre su vivencia del trauma, como por ejemplo: la
negación o minimización de éste.
Está científicamente demostrado que el
establecimiento de un apego seguro es la garantía mayor para generar la cadena
de eslabones que culmine con el ansiado logro de la fortaleza emocional,
consecuencia directa a su vez de la buena regulación emocional.
Esta última se
logra en el marco de la relación de cuidados cuando el adulto, según la
descripción de P. Fonagy, adopta una actitud de espejamiento (mirroring) que
consiste en devolver atenuadas con una inflexión lúdica las angustias que el
bebé proyecta, lo cual le permite a este sentir que puede hacer frente a las
mismas porque se le tornan más tolerables y eso contribuye por un lado a que el
mundo externo se vuelva para él más amigable y por otro lado a que su sí mismo
(self) y su noción de los otros se consoliden.
Conviene recordar la indefensión
del recién nacido que mencionaba S. Freud y las angustias innombrables que atribuía D. W. Winnicott al bebé, quien
también se refirió a la mirada de la madre como espejo en el cual el bebé se puede
ver
El fenómeno que describe Fonagy no sería exactamente una
imitación, se diferencia el espejamiento (mirroring), en tanto lo que el adulto
cuidador devuelve no es la misma imagen que recibe sino otra lúdicamente
transformada en algo manejable para el bebé.
Para entender esto, veremos
una metáfora ilustrativa.
Es como
si un bebé proyectara ravioles con tuco. El cuidador no le puede devolver eso
tal cual porque lo mataría, ya que el bebé no está biológicamente programado ni
preparado para asimilar tal tipo de alimento; entonces, lo que debe hacer el
cuidador adulto es transformar eso en una papilla que el bebé pueda incorporar
sin riesgos, a condición de que esa papilla conserve algo de su naturaleza
primitiva para que la sienta como propia y no como un elemento extraño ajeno a
él.
Vale decir, que la regulación emocional como proceso comienza siendo
externa y de forma progresiva pasa a constituirse como algo profundamente
interno que incluso ratifica e incrementa nuestra condición de ser.